Hoy ya por fin sé qué es el síndrome de la hoja (digital) en blanco, y es que he estado esquivando escribir unas semanas con excusa de vacaciones, convalecencias, síndrome (el otro) post-mortem-vacacional, vuelta al cole, itv y puesta a punto, pero ya postergar lo inevitable hace que sufra en mis entrañas lo contrario al horror vacui porque de barroca no tengo ni un pelo, curioso cuando las noticias se suceden a un ritmo tan vertiginoso que te hace estar enviando datos continuamente a la papelera de reciclaje, Ipod táctil, marineros de Barbate, señor con Alzheimer que se encierra en un cuarto, ¿y por qué no sé qué decir cuando estoy rodeada de palabras que inundan mi conciencia? Quizás porque debiera pararme para ver mi corazón desde fuera, como esa chica que muestra su antiguo órgano en un museo de Londres, y entonces ahí me dé cuenta de que las palabras despistan al silencio para que el corazón calle, y que todas las respuestas las encuentro entre sístole-diástole, los porqués de un motor a dos tiempos que bombea unas veces esperanza otras insatisfacción, no hay mal que cien años dure ni corazón que no se derrita (que para eso son NoFrost)
Todas las cosas son palabras del
idioma en que Alguien o Algo, noche y día,
escribe esa infinita algarabía
que es la historia del mundo. En su tropel
Jorge Luis Borges, "Una brújula"